miércoles, 10 de agosto de 2011

Otro de los derechos que se escamotea a las mujeres


Rozando el orgasmo femenino
 
 
por María Teresa Priego
“Entre el hombre y la mujer, ca ne vas pas”, dijo Lacan. “La relación sexual no existe”, afirmó intentando nombrar el malentendido y el desencuentro entre un hombre y una mujer. La diferencia. Que se vaya a la mierda Lacan. La mera verdad. Nos basta, y ya es grandioso, con la transgresión momentánea. La distancia entre uno y otro es, en principio, la condición del deseo. El reconocimiento de los límites. “Tú eres tú y yo soy yo”. Lacan es el más equivocado de todos. ¿Y si no fuera así? ¿Qué hacemos con nuestro indescifrable malentendido?

REALIDADES DES-CARNADAS Según el Instituto Mexicano de Sexología, “las mujeres anorgásmicas constituyen un número importante en la consulta a ginecólogos. Molestias pélvicas o de espaldas, vagas e imprecisas, se diagnostican como neuróticas, se les prescriben tranquilizantes, muchas terminan acudiendo a consultorios psiquiátricos por depresiones graves. En México se encuentran datos aislados que permiten inferir que en mujeres de nivel socioeconómico y escolaridad bajos, el índice (de anorgasmia) está por arriba del 80%. Se puede decir sin temor a equivocarse que la anorgasmia femenina en México se presenta entre 40% y 45% de las mujeres”.
Cabría aclarar que una mujer que experimenta orgasmos ocasionales no es considerada anorgásmica. ¿Por qué una mujer no experimentaría un orgasmo cada vez? ¿No es el orgasmo una promesa inseparable de la relación sexual deseada? ¿Por qué la anorgasmia masculina masiva sería un escándalo desestabilizador de naciones y la anorgasmia femenina en cambio es una oscura, oculta, acallada fatalidad? La historia del orgasmo femenino, es la historia de la iniquidad colosal. Justo ahí, donde amamos. ¿Cómo nos la hemos ingeniado para hacer dificultoso, laborioso, imposible, lo que podría ser tan simple? ¿Cómo construimos con siglos de palabras el dique que reprime la intensidad femenina? Es un hecho, la palabra puta ha creado más anorgasmias que la clitoridectomía.
EL EROTISMO FEMENINO Las mujeres somos “lentas”. Esa es una diferencia sexual reconocida. Nos sobran razones para serlo. La sensualidad femenina es gratuita, innecesaria para la concepción, eminentemente viciosa. Nuestro orgasmo no es reproductivo, estalla en el cuerpo. La sensualidad femenina, entonces, sucede en el inquietante espacio del “más allá” de lo indispensable. Marca en su “lentitud”, el territorio de un erotismo disruptivo. El orgasmo femenino es el exceso de un exceso, la realización evidente del fornicio. ¿Dónde colocar el desafío de lo distinto? En los extremos. En la madre y la puta, en la santa y la endemoniada, en la frigidez y los excesos sobrenaturales de las brujas. “¿Cuántos penes tiene el diablo?”, preguntaba el inquisidor -compulsivamente- a la “poseída”. ¿Qué estaría preguntando ese señor? Fantasmagorías. ¿Cuántos penes se necesitan para convertir a una mujer en una “poseída” que habla en lenguas? “Uno”, respondería una mujer. “El tuyo”.
¿Dónde termina ese deseo tuyo que fisiológicamente parece que no termina? “En tu abrazo”. Es muy probable que éstas fueran sus respuestas. Pero quizá lo que ha convertido a la sensualidad femenina-masculina en un desencuentro cultural mayor, plagado de malentendidos, es que con demasiada frecuencia las preguntas masculinas que aparentemente nos interrogan, no nos están dirigidas.
Nos concierne la necesidad de avanzar, lentamente, de la discontinuidad, a la fusión.
INDISPENSABLE O ACCESORIO Si consideramos que la sexualidad heterosexual era concebida únicamente como instrumento para la procreación, nos deslizamos hacia la pregunta fundamental en lo que se refiere al orgasmo femenino y a su “legitimidad” o “ilegitimidad”, según los discursos y las épocas. La eyaculación es indisociable de la reproducción. Su valor no se cuestiona. ¿Y el orgasmo femenino? Según Galeno (s. II d.C.), durante la relación sexual, la mujer “emite una semilla”, la mezcla de ambas semillas emitidas -de preferencia- simultáneamente, produce el embrión. El orgasmo femenino, entonces, era indispensable. Galeno señaló el nerviosismo, producto de la feminidad insatisfecha: un exceso de “semilla” lanzaba al útero en peregrinación por el cuerpo. Se regresaba al útero a su posición original a través del orgasmo. Galeno describió el masaje clitoridiano, que llevaba a la expulsión orgásmica del “exceso de fluidos”. La her-story lo contempla, agradecida.
En su Tratado de ginecología, Soranus (s. II d.C.) aseguraba que el orgasmo femenino no era indispensable para la concepción; es más, ni siquiera el deseo femenino era necesario: “Las mujeres violadas también quedan encintas”. Antes que ellos, Aristóteles afirmó que la mujer se embaraza por la “semilla” masculina que la eyaculación hace entrar en su cuerpo, y se mezcla al torrente menstrual acumulado en el útero y que la fermentación produce el embrión. “Sucede que los dos sexos obtengan su objetivo simultáneamente y, de todas maneras, la mujer no se embarace”. Pero La Legum Allegoriae murmuró: “Sin placer, nada de naturaleza mortal alcanza la vida”.
“PREGÚNTENLE A LOS POETAS”, DIJO FREUD El poeta Lucrecio (s. I a.C.) fue expedito: “No les son necesarios a las esposas los movimientos lascivos, pues ella misma se estorba e impide la concepción. Si retozona aviva con el movimiento de las nalgas el placer del marido y, removiendo su cuerpo, hace brotar su semen... desvía del blanco el chorro del semen. Las putas son las que por su propio interés realizan estos movimientos... para no quedar embarazadas, y al mismo tiempo para que el placer del coito les resulte a los hombres más intenso; lo cual no parece en modo alguno que sea necesario a nuestras esposas”. No, la verdad, en modo alguno, qué desfiguro.
LOS TEÓLOGOS Y EL ORGASMO Lo discutieron. ¿Debe un hombre prolongar la relación sexual hasta que su mujer tenga un orgasmo? Según narra Flandrin en su libro Sexo y Occidente, cuatro de los teólogos involucrados lo exigieron, la mayoría estimó que no se trataba de agotarse, pero en el caso de que un marido insistiera en su loco afán, la iglesia católica carecía de razones para prohibirlo.
¿La simultaneidad orgásmica influye en la perfección embrionaria? Seis teólogos aceptaron responder. Sí, y la persona más lenta de la pareja debía alentar a la otra.
¿En el caso de que la mujer no haya tenido orgasmo, puede estimularse o ser estimulada manualmente? De diecisiete teólogos, catorce lo permitían y tres no, considerando los primeros que podía resultar en beneficio del embrión, aun postcoitum. No puedo evitarme citar el comentario delicioso y justiciero de Flandrin, quien no se explica cómo, si los padres de la Iglesia consideraban el orgasmo femenino como indispensable para la concepción, y si sabían, a través de los confesionarios, que con frecuencia no se daba, ¿por qué no prohibieron el acto sexual sin orgasmo femenino por “no reproductivo”? Por esta razón condenaron el coitus interruptus, la masturbación y la homosexualidad masculinas. “En todo caso, nadie calificaba de ‘actos incompletos, privados de toda virtud procreadora, y por lo tanto, crímenes contra natura’, los encuentros sexuales donde sólo el hombre obtenía placer”.
En el siglo XVI, durante las disecciones publicas, se confirmó que la vagina era un pene hacia adentro y el útero unos testículos escondidos. No existía aún un nombre diferenciado para los órganos sexuales femeninos. Lemnius (1557): “Aun si el semen femenino no tuviera otro propósito que el de excitar a una mujer hacia el placer sin el vehemente deseo y apetito para la unión carnal, ni el hombre ni la mujer seguirían el mandato de multiplicarse”.
En 1559 Colombus “descubrió” el clítoris, “preeminentemente, el sitio del placer femenino. Si frotas el clítoris vigorosamente con el pene, o lo tocas con el dedo, semen más suave que el aire vuela, a cuenta del placer femenino, y aun contra la voluntad de la mujer”. Fallopius insistió en que el verdadero “descubridor” del clítoris era él.
Su nombre se fue a las trompas. “Ya se sabía que las mujeres tenían ‘un pene invertido’, la vagina, ¿tenían otro más pequeño? Sin esta protuberancia que he descrito, las mujeres no experimentarían placer en los abrazos venéreos”. Hubo quien les respondió que la existencia del clítoris como uno de los centros del erotismo femenino era rotunda desde el siglo II.
La imprenta divulgó las palabras de las mujeres. Las parteras comenzaron a escribir manuales de reproducción y partería describiendo los placeres femeninos, y ofreciendo consejas, para un “orgasmo exitoso”. Al fin hablaban ellas.
LAS POSEÍDAS La beata Marina de San Miguel padecía visiones. Sufría “una tentación sensual de la carne, la cual la obligaba a contactos deshonestos con sus propias manos en las partes vergonzosas, diciendo palabras deshonestas provocativas a lujuria”. Ella confesó a la Inquisición su amistad con otra beata: “de hordinario cuando se vian se besaban y abracavan y esta... le metia las manos en los pechos, y vino esta en polucion diez o doze veces las dos dellas en la Iglesia”. A los archivos de la Inquisición le debemos algunos de los tan escasos testimonios explícitos de orgasmos femeninos.
EL “RAPTO” MÍSTICO Tan excesivas en su expresión como las endemoniadas fueron las grandes místicas. Las convulsiones se llamaron “éxtasis”, “raptus”, “dilatatio”. Santa Teresa atravesaba distintos pasos en el éxtasis hasta alcanzar “la séptima morada” de la “unión transformante”, con la experiencia de “la pérdida de sí y de la unión”. “El alma... no puede ni avanzar ni recular. Diríamos una persona, que sosteniendo en las manos el cirio bendito, está cercana a morir de su muerte deseada”.
Elisabeth de Schönau padecía ataques místico-epilépticos y desmayos con pérdida de conciencia varias veces al día.
Santa Angeles fue descrita así por su adorador: “El deleite del espíritu santo transformaba su carne en fuego, vi sus ojos ardientes como la lámpara del altar, vi su figura parecerse a una rosa púrpura”. Para asimilar la contundencia orgásmica del “rapto místico”, basta mirar “la transverberación de Santa Teresa” y la de “la beata Ludovica Albertone”, grandes ejemplos del arte erótico.
Foucault ubica en el siglo XVII el momento de “La gran confiscación de la ética sexual por la moral familiar”.
Gouge escribió en Domestical duties: “La esposa es allí (en la sensualidad) sirvienta al igual que señora; sirvienta para entregar su cuerpo, señora para tener el mismo poder que él”. Las parteras continuaban escribiendo el elogio de la mujer orgásmica: “El clítoris hace mujeres deseantes y ofrece el placer en la copulación”.
Los médicos comenzaban a preguntarse seriamente si la mujer podía ovular independientemente de la relación sexual. Todavía en 1740, cuando María Teresa de Austria no se embarazaba, recibió un consejo su médico: “Pienso que la vulva de su muy Holy Majesty, debería ser frotada antes del coito”. Para fines del siglo XVIII el valor del orgasmo femenino iba en picada. Los órganos femeninos tuvieron un nombre. Laqueur aseguraba: “La nueva relación entre generación y placer sexual, la posibilidad de una mujer sin pasiones tiene sus orígenes a finales del siglo XVIII”.
DE LA ANORGASMIA UN MONUMENTO Lord Acton lo puso así en el siglo XIX: “Por suerte para la sociedad, la idea según la cual las mujeres poseen sensaciones sexuales puede rechazarse como una vil calumnia”. Se sabía ya que la ovulación es espontánea y que el orgasmo femenino no es reproductivo. El orgasmo se evaporó, con la llegada del modelo femenino: “El hada del hogar”. “Una mujer rara vez desea satisfacción sexual para sí misma. Se somete a los abrazos de su marido, para satisfacerlo a él. Muchas de las mejores madres, esposas y amas de casa saben muy poco de apetencia sexual. El amor al hogar, a los hijos y los deberes domésticos, son las únicas pasiones que sienten”. Este Lord Acton se las traía. Se trataba de reposar al guerrero, no de agotarlo.
El médico francés Auguste Debay (s. XIX) escribió: “¡Someteos a las necesidades de vuestro esposo, obligaos a satisfacerlo, fingid y simulad el espasmo de placer; este engaño inocente es lícito cuando se trata de no perder a un marido”. No deja de ser fascinante que el conflicto de “fingir un orgasmo” se redujera a la “inocencia” o “culposidad” del engaño. Otra de las razones por las cuales las mujeres debían fingir el orgasmo, expresó Debay, “es porque a los hombres les gusta compartir su felicidad”. ¡Qué lindo! Algunos médicos, como Edgard Foote (s. XIX), insistían: “el clítoris y el tejido eréctil de la vagina” eran las zonas que “inducían a la excitación sexual y producían el orgasmo en las mujeres”.
Es el momento de la célebre frase victoriana: “La prostituta es la guardiana de la virtud”.
EL PAROXISMO HISTÉRICO Foucault culpa al siglo XIX de haber “histerizado y psiquiatrizado” el cuerpo de la mujer. La enfermedad como sustituto de la sensualidad, según las observaciones de Charcot en las histéricas de la Salpetriere. También ellas estaban poseídas por el demonio del “mal de nervios”.
El psiquiatra Jean Philippe Cotonné encontró en su investigación que en el siglo XIX se practicaba la cauterización clitoridiana en Occidente, principalmente en Estados Unidos. A las mujeres había que sanarlas.
En 1904 el Chattanooga era la más avanzada tecnología en la curación de los “desordenes nerviosos” propios a las mujeres. El “tratamiento” se ofrecía en un consultorio, el vibrador era operado por el doctor o una partera.
Chattanooga time, Madam. Ella no era una gozadora, sino una mujer sufriente. Los vibradores y antes que ellos los masajes manuales clitoridianos, constituían la única manera -increíblemente barroca- de llegar al orgasmo para muchas mujeres. ¿Por qué no se hacían una paja? ¿Cómo adopta una mujer ese síndrome de la Venus de Milo? El autoerotismo la hacía correr graves riesgos: aceptar la existencia de su sensualidad y su deseo, desarrollar el síntoma del “rechazo marital”. La Venus alguna vez tuvo brazos y manos. Se los mutilaron los avatares de la historia.
En 1880, un médico inglés inventó el vibrador electromecánico. El contacto entre los dedos del médico y la paciente ya no era indispensable, las vibraciones sustituían la escasez de talento, el tiempo comprendido entre el inicio de los masajes y el logro del “paroxismo histérico” se reducía considerablemente (de una hora a diez minutos). Los médicos constataban con estupor que este proceso producía en la paciente “lubricación vaginal”. En 1905 aparecieron los modelos portátiles. Sears publicitaba el suyo en una página de deliciosa domesticidad: “Ayudas que toda mujer aprecia”. Posa el vibrador junto a la máquina de coser, el ventilador, un foco y algo parecido a una licuadora.
Un vibrador costaba lo mismo que cuatro o cinco visitas al médico. Treinta mil vibraciones por minuto en un clítoris de ocho mil terminaciones nerviosas. No era cuestión -ni es- de portarse desdeñosas. Ni los masajes, ni los vibradores poseían un carácter abiertamente sexual. La denegación llega a ser un arte en lo que se refiere a la sexualidad de las mujeres. El uso del speculum para las revisiones ginecológicas provocó bastante más ronchas que el vibrador. Implicaba una penetración.
Maine, cita a Alexander Lowen, quien en 1965 escribió acerca de su experiencia médica: “La mayoría de los hombres sienten que llevar a una mujer al orgasmo a través de la estimulación clitoridiana es aburridísimo. El coito se retrasa. Esto impone una restricción a su deseo masculino natural de cercanía, si lo hace durante el coito el hombre se distrae de la percepción de sus sensaciones genitales, acariciar a una mujer después de él haber tenido un orgasmo tampoco funcionaría, ya que le impide disfrutar de la paz y la relajación que son el premio a la sexualidad...”. O sea Life is difficult.
CLITORIDIANA Y/O VAGINAL Freud nos heredó la oposición entre sexualidad clitoridiana-inmadura y sexualidad vaginal-madura. Entre el clítoris como zona sexual predominante en una etapa “masculina” del desarrollo sexual femenino, y la posterior erotización de la vagina, como centro de la actividad sexual “específicamente femenina”. No sumándose al clítoris, sino desplazándolo. Lo que Jane Gerhard lamó “la patologización del clítoris”: “El clítoris se convirtió en el amante descartado en este drama sexual de la adultez femenina sana”. ¿Cómo podría ser “masculino” un órgano inserto en el cuerpo femenino, y del que los hombres carecen? Misterio.
Con respecto a la supuesta inexistencia vaginal de los primeros años, ¿por qué supondríamos que una niña no sabe desde muy pequeña que hay un “algo” entre sus muslos? Sus sensaciones se lo recuerdan. No es indispensable un manual de anatomía. La explicación clítoris-masculinidad, vagina-feminidad de Freud, no es distinta a la que se utiliza en veintiocho países para justificar la clitoridectomía. El prepucio es femenino, el clítoris es femenino.
Se extirpan. Como si fueran equivalentes.
La clitoridectomía es una “iniciación” a la feminidad. En 1947 Farnham y Lundberg publicaron La mujer moderna: el sexo perdido. En ese texto afirmaron: “Para el hombre, el sexo involucra un objeto de su hechura, pero para la mujer no. Su rol es pasivo. No es tan fácil como traer un leño.
Es tan fácil como ser el leño mismo”. En esos contextos de “leños” y “estopas” desembarcó Kinsey en 1953. Loado sea. El instituto Kinsey hizo un estudio entre ochocientas mujeres, estimulando dieciséis puntos, entre ellos el clítoris, el revestimiento de la vagina, el cuello del útero. El 98% de las entrevistadas eran sensibles, sobre todo, al orgasmo clitoridiano. Concluyeron: extrema sensibilidad clitoridiana, supuesta insensibilidad vaginal. De nuevo excluyentes. Después llegaron Master y Johnson con Human sexual response en 1966 y más tarde Los informes Hite.
DE LA BELLA INDIFERENCIA A LA BELLA LOCA Existe, dicen, un lugar en la parte anterior de la vagina, extremadamente sensible a la presión fuerte: el punto de Gräfenberg. Ese punto es capaz de producir el orgasmo y la eyaculación femeninas. La Ellaculación, para no confundirnos. Una emisión abundante de líquidos.
Aristóteles fue el primero en describirla. En todo caso, la intensidad “mística” del Punto G no falla, según las palabras de las hasta ahora confesas.
En 1971 se supo, por la investigación de Burton, que las monas rhesus eran llevadas al orgasmo en laboratorio con la estimulación del clítoris y la vagina con un pene artificial. El artículo “El mito del orgasmo vaginal” de Anne Koedt (1968) se convirtió en un clásico (excesivo) de la literatura feminista. El clítoris como metáfora de la autonomía femenina.
La muchacha de los senos desnudos en la foto tomada en Avándaro tenía ya en sus manos el afrodisíaco más rotundo de la historia de la sexualidad femenina: la anticoncepción con muy altos niveles de eficacia. Su libertad de elegir. Parecía “ganada” la revolución sexual, que aún comienza. ¿45% de las mujeres mexicanas padecen anorgasmia? La iniquidad ante el placer. ¿Por qué justo ahí, donde amamos? n

No hay comentarios:

Publicar un comentario